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¿Nos Entienden Cuando les Hablamos?

Los bebés empiezan a escuchar, según diferentes estudios, desde que están en el vientre de sus madres. En el momento en el que nacen tienen  una relación especial con la madre y el padre. Todo lo que les rodea les estimula, de hecho, la estimulación sensorial es clave en esta etapa. Es un momento de mucho contacto físico en el que les hablamos continuamente y así nos llegan a conocer muy bien. Son conscientes de nuestras diferentes emociones, si estamos nerviosos, contentos o tristes.

Los dos o tres primeros meses de vida es un periodo de adaptación para ambas partes. Los padres deberemos llegar a distinguir la causa del lloro del bebé: si es por hambre, dolor, incomodidad o ganas de mimos. Es habitual que los niños nos reclamen, pero los padres tenemos que marcar las pautas porque los límites que hayamos establecido serán claves para que nos obedezcan en un futuro cercano.

Nuestro hijo va adquiriendo unos hábitos que le acompañan en su evolución y crecimiento, como unos horarios de comida y de sueño que le ayudan a  tener una vida ordenada. El niño necesita seguridad y la adquiere con las rutinas que  marcamos los padres.

Entre los 4 y los 7 meses, en términos generales, ya reconocen su nombre y distinguen a las personas a las que  conocen. Entre los 8 meses y el año, los niños comienzan a entender órdenes o peticiones. A esta edad entienden perfectamente un “no”, por ejemplo. Y es esta etapa cuando comienzan a probar tus límites. Cuando les hablamos nos entienden más de lo que creemos. Al principio a través  del lenguaje corporal y no verbal, y ya en este  periodo a través de las palabras. Los niños nos pedirán atención y nuestra obligación es dársela, pero debemos saber en qué medida porque si no luego llegará el “no me hace caso”, “no me entiende”, “le llamo ocho veces”, “no obedece”, “está sordo” o “hace lo que quiere”.

Me decía una madre cuando dejó por primera vez a su hijo de 14 meses  a comer en el colegio: “No come nada bien, le cuesta tragar. Por él no comería. Es muy mal comedor”. Le pregunté “¿come gusanitos?” “si, pero es que le gustan mucho” me respondió con cara de cómplice.  ¿Creéis que es un niño mal comedor o es un niño que hace lo que quiere?

“Son pequeños pero no son tontos” hemos escuchado a profesionales de la educación en diferentes ocasiones. Nuestros hijos saben más de lo que creemos y  si es el primero somos menos conscientes de que entienden nuestras palabras, aunque todavía no sean capaces de expresarlas.

Educar no es fácil, pero es una tarea apasionante. Es importante que los padres interioricemos que somos los primeros educadores y que no dejamos de educar nunca. Somos su modelo las 24 horas del día, no podemos despistarnos porque ellos nos observan constantemente. Si nosotros no educamos, no lo va a hacer nadie por nosotros.

En esta tarea tan apasionante, tenemos que ser conscientes de lo importante que son los límites para nuestros hijos, de acuerdo con su proceso de madurez y teniendo en cuenta que la exigencia no está reñida con el cariño. Cuántas veces hemos podido pensar, “pobre, es pequeño, ya aprenderá, tiene tiempo a lo largo de la vida para comer de todo” “no hay ningún niño que duerma de mayor con sus padres en la cama”, “ya tendrá tiempo para  hacer caso aunque no le guste”, “cuando crezca  ya recogerá los juguetes, ahora no sabe, lo normal es que los tire todos porque no sabe con qué jugar…”.

La cuestión es que si se dan esas situaciones, ellos van ganando terreno y más tarde cuesta doble de esfuerzo enderezarlo.

Un niño que le dormimos en brazos porque tiene cólicos, va creciendo y esos cólicos desaparecen, pero el niño se ha acostumbrado a dormirse en nuestros brazos. Los padres también están cómodos durmiéndole así, porque es una satisfacción para ellos y, como es pequeño, ya habrá tiempo de que duerma solo. Pero resulta que cuando va creciendo, ya hemos entrado en una rutina y el niño no entiende porque en ese momento tiene que dormirse sólo. Como nos tienen cogida la medida, saben en qué estado nos encontramos, cansados, atareados, y cedemos cuando es la hora de llevarles a la cama.

En educación es importante no tirar la toalla, es un reto que nos da grandes satisfacciones pero no se adquiere sólo, es un trabajo de momento a momento, de día a día.

Quien no ha oído o ha dicho alguna vez, “le llamo ocho veces y no me oye”. Precisamente por repetirlo tantas veces, se ponen en modo “off” y ya no escuchan. Le damos en un momento varias indicaciones y es imposible que las pueda ejecutar todas. Escucha la primera o la última, pero no se queda con más y no es que no nos quiera obedecer. Puede estar tan concentrado  en lo que está haciendo, que tenemos que ir donde está, ponernos a su altura, mirarle a los ojos y pedirle lo que queremos que haga.

Nuestros hijos nos entienden cuando les hablamos pero es importante que tengamos en cuenta algunas cuestiones:

  • La exigencia no está reñida con el cariño. Porque les queremos, les exigimos.
  • Los límites le dan seguridad y confianza. Se sienten más cómodos porque saben a qué atenerse.
  • Los padres somos los principales educadores.
  • En necesario pedirles las cosas de una en una.
  • Ponernos a su altura y mirarles a los ojos.  Así garantizamos que nos han escuchado.
  • Por mucho que lo repitamos muchas veces las cosas, lo digamos más alto o nos enfademos, no nos van a obedecer más. Tenemos que pensar los derechos que les damos y los deberes que les exigimos y que haya un equilibrio según su madurez.
  • Si no les exigimos en casa o les exigimos poco,  tienden a afirmarse a sí mismos y la consecuencia es que los hijos piensan que la sociedad que les rodea debe ser  tan indulgente como  sus padres.

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